petersburgo - andrei biely
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Petersburgo, la ciudad, es e
verdadero protagonista de estanovela. Concebida y presentadacomo un espacio geométricocerrado, configurado entre la
Perspectiva Nevski y el Neva, entreas callejuelas grises y los palaciorojizos, aparece como un ser vivo
pensante y sintiente.Un ser palpitante sobre el queaparecen los personajes como
títeres atormentados y grotescos, que atraviesan dos misteriosofantasmas: el Jinete de Bronce (la
estatua de Pedro I, símbolo de
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poder paternalista y opresorconcebido como alma de la ciudad del poder por Pushkin, pero todavíahoy emblema de la ciudad) y eHolandés Errante, que es el Neva, el puerto y lo Otro.
Un desfile que se va transformandomediante el extraordinario uso dea sintaxis y merced a la
significación otorgada a ciertosímbolos, como el color (rojo negro, sobre el gris de la niebla, e
azul del Neva, el verde grisáceo demar, el bermellón de los palacios, ebronce de la fiebre), en uno de losueños más subyugantes que jamá
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haya dado la literatura.
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Andrei Biely
Petersburgo
ePub r1.0Titivillus 02.05.15
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Título original: ПетербургъAndrei Biely, 1916Traducción: José Fernández Sánchez
Editor digital: TitivillusePub base r1.2
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PRIMERA PARTE
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PRÓLOGO
Señoras, señores, ciudadanos todos
¿Qué es nuestro Imperio Ruso?
Nuestro Imperio Ruso es un cuerpgeográfico, es decir, una parte deplaneta conocido. El Imperio Ruscomprende: en primer lugar, la Gra
Rusia, la Pequeña, la Blanca y la Rojaen segundo lugar, los reinos de Georgiade Polonia, de Kazán y de Astraján; e
ercer lugar, comprende..., etcétera.Integran nuestro Imperio Rus
muchas ciudades: capitales de Estado
de región, de provincias y villas
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además: la primera corte y la madre das ciudades rusas.
La primera corte es Moscú; y l
madre de las ciudades rusas es Kiev.Petersburgo, o San Petersburgo,
Píter (que tanto da), pertenece a
mperio Ruso de hecho. ZargradoKonstantinogrado (o, como sueldecirse, Constantinopla) le pertenec
por derecho de herencia. Pero no noextenderemos en este punto. Nos extenderemos más sobr
Petersburgo: existe un Petersburgo,
San Petersburgo, o Píter (que tanto da)En base a esas mismas razones lAvenida Nevski es una avenid
petersburguense.
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La Avenida Nevski tiene unsorprendente propiedad: es un espacidestinado a la circulación del público
está delimitada por casas numeradas; lnumeración coincide con el orden de lacasas, lo que facilita en grado sumo l
dentificación de la casa buscada. Lavenida Nevski, como cualquieavenida, es una Avenida pública; est
es, una avenida para que circule epúblico (no el aire, pongamos por caso)as casas que forman sus límiteaterales son — ¡ejem! bien dicho... par
el público. Por la noche la Avenidevski se alumbra con luz eléctrica. D
día la Avenida Nevski no requier
alumbrado.
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La Avenida Nevski es (debo decirlorectilínea, siendo como es una avenideuropea; toda avenida europea es alg
más que una avenida, es (como queddicho) una avenida europea, ya que.bien mirado...
Por eso precisamente la Avenidevski es una avenida rectilínea.
La Avenida Nevski es una avenid
de mucha importancia en esta ciudadcapital, no rusa. Las demás ciudaderusas son un apiladero de casuchas dmadera.
De todas ellas Petersburgo difierasombrosamente.
Si ustedes afirman y sostienen l
disparatada leyenda de que lo
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moscovitas suman un millón y mediodeberán conceder que la capital eMoscú, ya que sólo las capitales tiene
un millón y medio de habitantes; ningúcentro de provincia tuvo, tiene ni tendrun millón y medio de habitantes. De da
fe a la disparatada leyenda resultaríque la capital no es Petersburgo. Que sexistencia es pura apariencia.
Con todo, Petersburgo, amén dparecer, también aparece: en los mapasen forma de dos redondeles, uno dentrdel otro, con un punto negro en el medio
desde este centro matemático, qucarece de dimensión, manifiestenérgicamente que existe: de allí, de es
punto, sale en torrente un enjambre d
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ibros impresos; de ese punto invisiblparten rápidas las circulares.
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CAPÍTULO PRIMERO
que trata de un personaje digno; de su
juegos cerebrales y de lo efímero de la
existencia
Fue una época horribleestá fresca en el recuerdo…
sobre ella, amigos míocomenzaré mi relatoMi relato será triste…
A. PUSHKIN
APOLÓN APOLÓNOVICHABLEÚJOV
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Apolón Apolónovich Ableújov erde ilustre procedencia: tenía en suorígenes a Adán. Pero hay algo má
notable: a esta ilustre familia perteneciSem, padre de los pueblos semitashesitas y pieles rojas.
De aquí pasemos a antepasados duna época no tan remota.
Habitaban éstos en la horda kirguiz
kaisak, de donde en el reinado de lemperatriz Anna Ioánnovna el emir AbLai, tatarabuelo del senador, sncorporó intrépido al servicio ruso,
en el bautismo cristiano recibió enombre de Andrei y el apodo de UjovPosteriormente, y para abreviar, Ab-Lai
Ujov fue transformado en Ableújov
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secas.Este tatarabuelo dio origen a l
estirpe.
Un lacayo gris de galones doradoquitaba con un plumero el polvo de
escritorio; por la puerta abierta atisbó egorro del cocinero. —¿El señor, ya se ha levantado?… —Se está dando friegas con colonia
pronto pasará a tomar el café… —Esta mañana el cartero decí
como que había para el señor una cart
de España; con sello español. —Oiga lo que le digo: que no and
fisgando en las cartas…
De pronto la cabeza del cociner
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desapareció. Apolón ApolónovicAbleújov pasó al despacho.
Un lápiz sobre la mesa acaparó latención de Apolón ApolónovichApolón Apolónovich adoptó un
decisión: conferir una forma acabada a punta del lápiz. Se aproximó rápido a mesa escritorio y se apoderó… de
pisapapeles, al que hizo girar un largrato, madurando un pensamiento.
La distracción se debió a que en esnstante preciso le vino una profund
dea; e inmediatamente, a destiempo, sdesplegó en un hilo de pensamientos.
Apolón Apolónovich se apresuró
anotar el hilo de pensamientos: apuntad
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el hilo, pensó: «Es hora de ir anegociado». Y pasó al comedor a tomasu café.
Previamente preguntó con insistencia su anciano ayuda de cámara:
—¿Nikolai Apolónovich se h
evantado? —No, señor: aún no se h
evantado…
Apolón Apolónovich se frotcontrariado el entrecejo: —E-e… dígame: cuando — dígam
— Nikolai Apolónovich, es decir…
Inmediatamente, sin esperar lrespuesta, pasó a tomar el café, lanzanduna mirada al reloj.
Eran las ocho y media en punto.
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Todos los días el senador snformaba de la hora en que s
despertaba su hijo. Y todos los día
fruncía el ceño. Nikolai Apolónovich era el hijo de
senador,
EN UNA PALABRA, ESTABA ALFRENTE DE UN NEGOCIADO…
¿Qué posición social ocupaba epersonaje que aquí se levantó de l
nada?Creo que la pregunta está bastantfuera de lugar: a Ableújov le conocíRusia por la extraordinaria extensión d
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sus discursos; estos discursos destilabasutilmente ciertos venenos, debido a lcual las propuestas del Partido era
rechazadas en su debido lugar. Con lncorporación de Ableújov a un puest
de responsabilidad el Noven
Departamento se hizo inoperante. Coese Departamento Apolón Apolónovicmantenía una reñida pugna burocrátic
con papeles y, cuando llegaba el cascon discursos, para lograr lmportación a Rusia de gavilladora
americanas. (El Noveno Departament
no era partidario de la importación).Apolón Apolónovich estaba al frent
de un Negociado; de ese… ¿cómo s
lama?
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Comparando a mi ilustre personajeflaco y feo, con la enormidanconmensurable de los mecanismo
bajo su mando, cualquiera caería en uprolongado e ingenuo estupor; en verdaa todos dejaba estupefacta la erupció
de energía mental de su caja craneal, despecho de Rusia entera.
Mi senador acababa de cumplir lo
sesenta y ocho años; su cara pálidrecordaba el gris pisapapeles (en lomomentos solemnes) o el cartón piedren los momentos de asueto); los pétreo
ojos senatoriales, sumergidos en unfosa verdinegra, en los momentos dcansancio parecían más azules
mayores.
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Por parte nuestra agregaremosApolón Apolónovich no se inquietaba eabsoluto cuando contemplaba sus oreja
completamente verdes que adquiríaenormes proporciones al proyectarssobre el fondo sangriento de la Rusia e
lamas. Así había aparecido hacía pocoen la portada de una trivial revista dhumor, una de esas revistucha
«judaicas», que con sus portadasangrantes aquellos días proliferabarápidamente en las avenidas abarrotadade gente…
EL NORDESTE
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En el comedor de roble cantó ereloj de cuco; Apolón Apolónovich ssentó ante la taza de porcelana y fu
quebrando la corteza caliente del panambién a la hora del café, tambié
bromeaba:
—Semiónich ¿quién es el personajmás importante?
—Supongo, Apolón Apolónovich
que el más importante es el consejerprivado numerario.Apolón Apolónovich sonrió con lo
abios:
—Supone usted mal: edeshollinador…
El ayuda de cámara se sabía el fina
del equívoco, pero se lo reservaba.
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—¿Por qué? permítame preguntarle. —Al consejero privado numerario
Semiónich, le ceden el paso…
—Creo que sí… —El deshollinador… A él le cede e
paso hasta el consejero privado: e
deshollinador mancha. —Vaya. —Como lo oyes: pero hay un ofici
aún más importante…Y agregó: —El de limpiarretretes… —Fuh…
Y dio un sorbo al café. —Mire, Apolón Apolónovich
ambién Anna Petrovna…
Al decir «Anna Petrovna» el canos
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ayuda de cámara interrumpió la frase.
—¿El abrigo gris?
—El gris… —¿Y qué guantes? —Los guantes de gamuza…
—Haga el favor, excelencia, desperar: los guantes están en eguardarropa: estante — be — nordeste.
Apolón Apolónovich sólo en unocasión se dignó ocuparse de lanimiedades de la vida para inventariaas cosas; las cosas quedaro
nventariadas en un orden; con ellquedaron clasificados todos los estante anaqueles; los anaqueles recibiero
as letras a, be, ce; y los cuatro lados d
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os estantes obtuvieron los nombres dos cuatro puntos cardinales.
Apolón Apolónovich se colocó la
gafas y anotó en su registro con letrmenuda, diminuta: gafas, estante — be
E, es decir, nordeste; el ayuda d
cámara recibió una copia del registro.
En la casa lacada las tormentas de lvida transcurrían sin ruido; pero laormentas de la vida eran aquí mortales.
BARÓN BORONADe la mesa destacaba el bronc
patilargo; no deslumbraba la lámpara d
pantalla rosaviolácea, con delicado
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dibujos: nuestro siglo ha perdido esecreto de esa pintura; el cristal svolvió opaco con el tiempo; también e
primoroso dibujo.Desde todas las paredes los espejo
dorados engullían el salón con su
verdosas superficies; Cupidos dmejillas doradas los remataban con sualas; brillaba una pequeña mesa d
nácar.Apolón Apolónovich abrió rápido lpuerta, apoyando la mano en el pomaristado de cristal; su paso resonó en la
brillantes tablillas del parquet; desdodos los rincones se lanzaron a s
encuentro repisas con chucherías d
porcelana, las chucherías las había
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raído de Venecia Ana Petrovna y éhacía de ello unos treinta años. Erecuerdo de una laguna brumosa, un
góndola y un aria, que gemía a lo lejossurgió inoportuno en la cabeza desenador.
Al instante pasó los ojos al piano.Allí, en la tapa de laca amarill
refulgieron las hojitas de una taracea d
bronce; de nuevo (inoportuna memoriarecordó Apolón Apolónovich una nochblanca de Petersburgo; tras las ventanacorría el río; y la luna estaba quieta;
sonaban unos trinos de Chopinrecordaba que tocaba a Chopin (no Schumann) Anna Petrovna…
Centellearon las hojas de la tarace
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— nácar y bronce en los estuches, en loestantes adosados a las paredes. ApolóApolónovich se posó en un sillón estil
mperio, donde en el raso de un pálidceleste se retorcían unos ramos; y tomde una bandeja china una pila de carta
cerradas; se reclinó sobre los sobres scabeza calva.
Rasgaba los sobres: sencillo, po
correo, con el sello ladeado: —Veamos, veamos, bien… —Una solicitud… —Bueno, una solicitud…
Con el tiempo, más tarde: en smomento…
Un sobre de duro papel: co
monograma y escudo en el lacre.
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—Hum… El conde Dobleuve…¿Qué?…
—Hummm…
El conde Dobleuve era el directodel Noveno Departamento.
Otro… Un sobrecillo de un ros
pálido, minúsculo; tembló la mano desenador; reconoció la letra: — observel sello español, mas no abrió el sobre:
—¿Ya enviaron el dinero? —¡¡¡El dinero será enviado!!!Y Apolón Apolónovich, creyend
sacar el lápiz, extrajo del chaleco e
cepillo de hueso para las uñas y con ése dispuso a tomar nota…
—¿…?
—El coche, señor…
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Apolón Apolónovich levantó lcabeza calva y abandonó la habitación.
Sobre el piano colgaba una copireducida de «Distribution des aigles pa
apoleón premier», de David.
El cuadro presentaba al altivEmperador con corona y púrpura darmiño.
La magnificencia del salón erglacial por la ausencia total dalfombras: brillaba el parquet; si el soo alumbrara por un instante, se hubier
vuelto cegador.Pero el senador Ableújov habí
dado al frío categoría de principio.
El frío estaba grabado: en el dueño
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en las estatuas, en los criados, hasta eel oscuro buldog atigrado, que vivía ealgún sitio próximo a la cocina; en est
casa se acomplejaban todos, cediendo aparquet, a los cuadros y a las estatuassonriendo, turbándose y comiéndose la
palabras: adulaban, hacían reverencias crujían los dedos fríos en un afán dobsequiosidades estériles.
Desde la partida de Anna Petrovnase mantenía en silencio el salón, cayó lapa del piano: no sonaban los trinos.
Apolón Apolónovich descendió avestíbulo; su canoso ayuda de cámaraque también bajó al vestíbulo, observ
as venerables orejas, mientras oprimí
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en el puño una tabaquera, regalo de uministro.
Apolón Apolónovich buscaba la
palabras adecuadas: —Y, en concreto, ¿qué hace?…
eso… hace…
—¿…? —Nikolai Apolónovich. —Está bien…
—¿Y qué más? —Se encierra y lee libros. —¿Libros? —Pasea por la habitación…
—Pasea — … ¿Y cómo? —¡En bata! —Bien… ¿Qué más?
—Ayer esperaba…
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—¿A quién? —Al guardarropa… —¿Qué guardarropa es ése?
—El guardarropa, señor…
Apolón Apolónovich se frotó e
entrecejo: su cara se iluminó y se hizde pronto vieja: —Oiga, usted es un barón. —¿…? —¿Come usted borona? —Comíamos borona: en el pueblo. —Ya ve, para que usted diga.
EL COCHE VOLÓ EN LA NIEBLA
La llovizna mojaba las calles, la
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avenidas, las casas y los tejados.Mojaba a los transeúntes: y le
premiaba con gripes; las influenzas y la
gripes se escurrían con la lluvia menudbajo la capa del escolar, del estudiantedel funcionario, del oficial y de u
sujeto; el sujeto miraba alrededor comelancolía; observaba la avenidacaminaba sin un murmullo hacia e
nfinito de las avenidas en medio de uorrente de otros iguales a él — entre eviento, el fragor y los trinos de loautomóviles.
Hasta chocar contra el malecóndonde se acababa todo: los trinos y esujeto.
En la remota lejanía, como más all
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de lo debido, se humillaron asustadas se agacharon las islas; y se agacharoas casas; parecía que iban a subir la
aguas para en un instante volcar sobrellas el fondo, el légamo verdoso; sobrese légamo verdoso retumbaba en l
niebla y trepidaba el puentikoláesvski.
A la mañana sombría abrió su
puertas la casa amarilla: la casa sasomaba al río Neva; y el mayordomde galones se fue a llamar al cocheroLos caballos rucios arrancaron
allegaron el coche, que llevaba blasónun unicornio empitonando a ucaballero.
Un postinero inspector policial a
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pasar ante la entrada quedó embobado se estiró como un huso, cuando ApolóApolónovich Ableújov, de abrigo gris
sombrero de copa, con rostro pétreoque recordaba un pisapapeles, cruzrápido el umbral y más rápido aún pus
el pie en el estribo del cochecalzándose sobre la marcha un guantnegro de gamuza.
Apolón Apolónovich Ableújoanzó una rápida mirada desconcertadal policía, al coche, al cochero, al grapuente negro, a la vastedad del Neva
donde tan pálidas se difuminaban laejanías con multitud de chimeneas y d
donde asomó con sobresalto la isl
Vasilev.
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El mayordomo gris cerró apresurada portezuela. El coche penetró veloz ea neblina; el policía casual observó po
encima del hombro la turbia neblina ea que había penetrado rápido el coche
suspiró y se fue; miró en la mism
dirección el mayordomo: a la vastedadel Neva, donde se levantabamprecisas las múltiples chimeneas y d
donde asomó con sobresalto la islVasilev.Aquí, al comienzo, interrumpo e
hilo de mi relato, para presentar a
ector el escenario del drama.
CUADRADOS;
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PARALELEPÍPEDOS; CUBOS
Allí, donde había sólo vah
suspendido, surgió primero borrosa lcatedral de San Isaac, que fudescendiendo como un manchó
negruzco del cielo a la tierra; aparecipoco a poco hasta volverse precisa lestatua ecuestre del emperador Nicolása su pie un granadero imperial asomentre la niebla su gorra peluda.
El coche volaba hacia la avenidevski.
Apolón Apolónovich Ableújov smecía en el mullido asiento de raso; locuatro tableros perpendiculares l
separaban de la calle desapacible; l
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apartaba de la gente y de las mojadaportadas rojas de las revistas, quvendían en las bocacalles.
El trazado regular y simétrico de lacalles calmó los nervios del senadorensados por la vida doméstica irregula
el girar impotente de nuestra ruedestatal.
Sus preferencias eran de un
sencillez armoniosa. Nada le gustaba tanto como lavenida rectilínea; esa avenida lrecordaba el transcurrir del tiempo entr
os dos extremos de la vida.Allí las casas eran cubos qu
formaban hilera regular de cinc
plantas; esa hilera era distinta a la líne
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de la vida: aquí, a la mitad del caminde la vida de un dignatario con las máaltas condecoraciones, finalizaron s
viaje muchos altos cargos.El senador se entusiasmó cuando s
coche lacado cruzaba la avenid
evski: vio las casas numeradas y lcirculación; allí, de allí, en los díadiáfanos en la remota lejanía, refulgía
cegadores: la aguja dorada, las nubes, erayo arrebolado del ocaso; allí, de all— en los días de niebla — nada, nadie.
Y allí estaban las Líneas: el Neva
as islas. Probablemente, en aquellodías lejanos, en que emergían de laciénagas musgosas los altos tejados, lo
mástiles, las agujas, que con su
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dentículos traspasaban la neblinaguanosa, verdusca,
— llegó volando en sus velas d
sombra a Petersburgo eHolandés errante, que venía dlos plúmbeos espacios de lo
mares bálticos y germanos, parlevantar aquí sus ilusorias tierra brumosas y dar el nombre d
islas a un alud de nubemovedizas.Apolón Apolónovich no amaba la
slas: allí vivían obreros groseros; all
un apretado enjambre humano marchabcada mañana hacia las fábricas dmúltiples chimeneas; pero los habitante
de las islas formaban parte de l
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población del Imperio; también ellofiguraban en el censo.
Apolón Apolónovich no quería otr
solución: ¡aplastar las islas! Amarrarlacon los hierros del enorme puenteraspasarlas con las flechas de la
avenidas…El hombre de Estado, mientra
oteaba con la imaginación la niebl
nfinita del cubo negro del coche, dpronto comenzó a expandirse en todaas direcciones y se remontó sobre ella
habría querido que el coche avanzar
veloz, que las avenidas, una tras otravolaran a su encuentro; que toda lsuperficie esférica del planeta quedar
ceñida, como por anillos de serpiente
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por los cubos negruzcos de las casasque toda la tierra oprimida por avenidasurcara las inmensidades en carrer
cósmica lineal de acuerdo a las leyerectilíneas; que una malla de avenidaparalelas, entrelazada con una malla d
avenidas, se extendiera hacia loabismos siderales con los planos dcuadrados y cubos: a cuadrado po
habitante, que…Después de la línea, ningunregularidad le calmaba tanto como ecuadrado.
A veces se entregaba a uncontemplación maniática de pirámidesriángulos, paralelepípedos, cubos
rapecios.
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Apolón Apolónovich, mientrapermanecía en el centro del cubo negroperfecto y forrado de raso, gozab
argamente de los tableros rectangularesApolón Apolónovich había nacido parhabitar una celda solitaria; sólo el amo
a la planimetría estatal le ayudaba encajar en la poliedricidad de un altcargo.
La avenida mojada, resbaladizaquedó atravesada en ángulo recto dnoventa grados por otra avenida mojadaen el punto de intersección estaba u
municipal…Y se levantaban exactamente la
mismas casas, y las mismas grise
muchedumbres humanas transitaban all
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flotaba allí la misma nieblverdiamarilla.
Paralela a la avenida, corría otr
avenida con la misma hilera de cajonescon la misma numeración, con lamismas nubes.
Era una infinitud de fugitivaavenidas cruzadas por una infinitud dfantasmas. Petersburgo es una avenid
nfinita elevada a la enésima potencia.Más allá de Petersburgo no hanada.
LOS HABITANTES DE LAS ISLASOS ASOMBRARÍAN
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Era el último día de septiembre.En la isla Vasilev, al final de l
Decimoséptima línea, emergía de l
niebla una casa enorme y gris; unescalera desaseada llevaba a los pisoshabía puertas y más puertas; una s
abrió.Y en su umbral aparecía u
desconocido de bigotes negrísimos.
En su mano penduleaba un hatillo, npequeño, ni demasiado grande, hechcon una servilleta mugrienta cofestones colorados de faisane
desteñidos.Era la escalera de servicio
sembrada de peladuras de pepino y d
hojas de berza, aplastadas por el pie. E
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desconocido resbaló en ellas: describiun zig-zag; el desconocido querípreservar el hatillo de que por un
desagradable casualidad cayera sobros peldaños de piedra; el ademán de
codo insinuó un movimient
funambulesco.Después, en el encuentro con e
portero, que subía la escalera con un ha
de leña de álamo al hombro, edesconocido dio muestras crecientes dpreocupación por la suerte del hatilloque podía quedar enganchado en u
eño.Cuando el desconocido bajaba e
último escalón se le cruzó un gato negr
con el rabo enhiesto, que dejó caer a lo
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pies del desconocido las tripas de ungallina; y una convulsión atravesó lcara del desconocido.
Así se comportan las señoritas.A veces también se comportan as
os contemporáneos extenuados d
nsomnio. El desconocido padecínsomnio: la atmósfera cargada de hum
de su habitáculo así lo insinuaba; y l
confirmaba su tez azulenca.El desconocido se detuvo en epatio, un rectángulo asfaltado y cercadpor las cinco plantas del coloso d
múltiples ventanas. En medio del patise apilaba húmeda leña de álamo; ravés del portón se veía un tramo de l
ínea Decimoséptima, barrida por e
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viento.¡Oh, líneas!Vosotras conserváis el recuerdo de
Petersburgo de Pedro Primero.Estas líneas paralelas las trazó e
otra época Pedro; después fuero
parcelándose con tapias de granito, dadrillo, de madera; las líneas de Pedr
se fueron convirtiendo en líneas de un
época posterior: en líneas de lemperatriz Catalina, con redondeces, euna hilera de columnas.
Entre los colosales edificio
quedaron intercaladas las casitas dPedro; allí una de troncos, allí unverde, allí una azul de planta baja, co
el letrero rojo chillón de una «Casa d
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comidas»; las narices ventean variadoolores: huele a sal marina, a arenque, maromas, a zamarra de cuero y a pipa,
a lona ribereña.¡Oh, líneas!…¡Cómo cambiaron, cómo la
cambiaron los días duros!El desconocido recordó: una tard
de verano a la ventana de aquella casit
ustrosa una vieja mascaba con loabios; en agosto la ventana se cerró; eseptiembre pasó un ataúd forrado dglasé.
Pensó el desconocido que la vida sponía cara; la gente trabajadora vivímalamente; desde la otra orill
Petersburgo se clavaba con las flecha
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de las avenidas y un tropel de gigantede piedra.
Allí se levantaba Petersburgo; entr
un nimbo de nubes se incendiaron allos edificios; de allí, del caos ululante
alguien sacó por encima de la niebla e
cráneo y las orejas y observó comirada pétrea.
En todo esto pensó el desconocido
crispó el puño en el bolsillo; y sacordó de que caían las hojas.Todo lo sabía de memoria. Esta
hojas caídas, para cuántos serían la
últimas: se detuvo sombra azulada.
Nosotros agregaremos: ¡ay, hombre
rusos, hombres rusos! ¡No consintái
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que la muchedumbre de sombraabandone las islas! Sobre las aguas deLeteo ya han tendido puentes negros
húmedos. Haríais bien en destruirlos…Ya es tarde…Tropeles de las sombras cruzaron e
puente; también la oscura sombra dedesconocido.
En su mano penduleaba un hatillo, n
muy pequeño, ni demasiado grande.
Y, AL VERLO, SE DILATARON; SE
ILUMINARON, BRILLARON…
Con la turbamulta que le precedía, eanciano senador mantenía contactos
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ravés de hilos (telegráficos elefónicos); el torrente de sombras fluíranquilo como una noticia de paz
Apolón Apolónovich iba pensando: eos astros; meciéndose en el asient
negro calculaba la intensidad de la lu
que llegaba de Saturno.De pronto…su cara se arrugó y crispó nerviosa
os ojos bordeados de azul sagrandaron convulsivos; sus brazos salzaron hasta el pecho. Su cuerpo sreclinó y la chistera golpeó contra e
ablero y se posó en sus rodillas…El involuntario movimiento no tení
explicación; el código de reglas de
senado no lo preveía…
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Contemplando el fluir de lasiluetas, Apolón Apolónovich lacomparó a puntos luminosos; uno d
esos puntos abandonó su órbita y marchhacia él con celeridad vertiginosaconvertido en enorme bola purpúrea
desde su rincón descubrió entre lobombines un par de ojos; los ojoexpresaban lo intolerable: reconociero
al senador; y al reconocerlo senfurecieron, se dilataron, sluminaron, brillaron.
Más tarde, al repasar lo
pormenores del hecho,Apolón Apolónovich recordó, má
bien cayó en la cuenta, que el transeúnt
levaba un hatillo en la mano.
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Apretujado entre el torrente dcarruajes, el coche se detuvo en unencrucijada; la muchedumbre d
ranseúntes se arracimó en torno acoche del senador, con la decepción dApolón Apolónovich, convencido d
que cuando rodaba por la Nevski volaba millones de verstas lejos del ciempiéhumano: Apolón Apolónovich se peg
desasosegado al cristal; fue entoncecuando descubrió al transeúnte. Máarde, al recordar aquella cara
comprobó con disgusto que era incapa
de incluirla en cualquiera de lacategorías existentes…
Fue entonces cuando los ojos de
desconocido se dilataron, se iluminaron
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brillaron.Se recostó sobre el espaldar de
coche que rodaba envuelto en volutas d
humo sucio, pero sus ojos conservabaa misma visión; el corazón le palpitaba se dilataba; le pareció que en el pech
crecía una bola purpúrea, pronta estallar en pedazos.
Apolón Apolónovich padecí
dilatación cardíaca.Apolón Apolónovich, que se habícolocado mecánicamente la chistera y shabía llevado la mano al pech
palpitante, se abandonó a lcontemplación dilecta de los cubos, parreflexionar con calma sobre lo ocurrido
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Los caballos se detuvieron. Emunicipal se llevó la mano a la gorra
Tras el cristal del portal, al pie de uatlante barbudo que soportaba lapiedras de un balconcillo, Apoló
Apolónovich vio lo mismo: allí brillabuna maza de bronce, de testa pesada; allse ladeó sobre un hombro un oscurricornio: el gerente dormitaba sobre eoticiero Bursátil . Dormitaba igual qu
anteayer y que ayer.Llevaba durmiendo un lustro… As
seguirá…Desde aquel día en que Apoló
Apolónovich entró en el negociado e
calidad de jefe del mismo, había
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pasado más de cinco años. Y aquhabían ocurrido acontecimientos: Chinse amotinaba y se había rendido Puert
Arturo.
Se abrió la puerta; golpeó la maza
Apolón Apolónovich trasladó la miradde la puerta del coche al porche. —Excelencia… Siéntese… Mira, tú
se sofoca… —No para usted de correr, como s
fuera un chiquillo… —¿Se le ofrece… un poco de agua?
Pero la cara del alto personaje svolvió toda arrugas: —Dígame: ¿quiées la esposa del cartero?
—¿De cuál? Permítame preguntarle.
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—¿Es que no hay cartero a secas? —¿…? —La cartera.
—Ji-ji, qué señor más gracioso…
A DOS ESTUDIANTILLASPOBREMENTE VESTIDAS
Entre la muchedumbre quranscurría lenta marchaba edesconocido; más bien huía, aturdido, daquella encrucijada, en la que laplastaron contra un coche, del cual lmiraron una oreja y una chistera.
¡El ya había visto aquella oreja!
Echó a correr.
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Mientras traspasaba las columnas dconversaciones iba captando fragmentoque se componían en frases.
—¿Sabe? —se oyó a la derecha y sdesvaneció.
Y emergió:
—Se disponen… —A tirar…Susurraron detrás:
—¿Contra quién?Un traje negro dijo: —Abl…Y pasó:
—¡¿Contra Ableújov?!El traje terminó ya de lejos… —Habl…as mucho y ha…ces…
poco…
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El traje tenía hipo.Pero el desconocido se detuv
mpresionado por todo lo oído:
—¿Se disponen?… —¿A tirar?…En torno susurraron:
—Apruebo.El desconocido creyó escucha
«provo», y él mismo acabó la frase:
—¡¿Provo-cación?!La provocación cundió por levski. La provocación dio un nuev
sentido a las palabras oídas.
Sólo con cambiar el diptongo ue poa letra o, la frase inocente habí
adquirido un horrible contenido; lo peo
era que la sílaba la había cambiado é
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mismo, el desconocido.Entonces, la provocación anidaba e
él.
¡Ay, hombres rusos!Os volvéis sombras de los girone
de nubes: las nubes siempre llegan d
os espacios plomizos del Baltebullente; contra las nubes apuntaron locañones.
A las doce un sordo cañonazo disolemne la hora a Petersburgo, suntuoscapital del Imperio: y se desgarraron lanubes y se disiparon las sombras.
Sólo una sombra — la del joven —no tembló ni se disipó con el cañonazo corrió sin trabas hacia la orilla de
eva.
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De pronto vio clavada en sí lmirada fija de dos estudiantillapobremente vestidas…
¡CÁLLESE!…
«Baja…»Y se oyó: —Caja…
Y una tertulia de sastres famélicocomenzó a chillar:
—¡Ah-ahja-ja-aha-ja!
En otoño las calles de Petersburgson un helero; el frío penetra hasta euétano y cosquillea; pero cuando de l
calle entras en casa, la calle fluye po
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us venas como la fiebre.Todo eso sentía el desconocido, a
entrar en el vestíbulo empañado
saturado de vapor, atiborrado: dabrigos negros, azules, grises, amarillosde gorros con orejeras y de chanclos d
odos los tipos; se esparcía un vaho coolor a buñuelos:
—¡Aaah!
El restaurante era un cuartuchdescuidado; el suelo encerado; laparedes, pintadas por un pintor de mal
muerte, representaban los restos de unflota, y en la parte superior PedrPrimero apuntaba con la mano a lo lejos
—¿El aguardiente con esencia?
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—¡Sin esencia!Pensaba: ¿por qué se había asustad
de aquella mirada tras el cristal de
coche? Los ojos se habían agrandadopetrificado, cerrado; la cabeza se habíadeado hasta ocultarse; la mano s
había movido inerte; no era una manoera… una manita…
Mientras, en el mostrador, se oreab
a comida: se agriaban unas hojamustias con una pila de albóndigarancias.
Allí, en un rincón, se acomodó useñor sudando de ocio con barba dcochero, chaqueta azul y bota
ensebadas: vaciaba copa tras copa
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lamaba al camarero: —Ponme algo de comer… —¿Le apetece melón?
—Tu melón es jabón azucarado… —¿Hace un platanito? —Es una fruta indecente…
Mi desconocido por tercera veapuró el veneno rascón. Su conciencise separó del cuerpo y, como lempuñadura de un manubrio, comenzó girar en torno al cuerpo.
Por un instante se iluminó l
conciencia del desconocido: ¡el hatilloAllí estaba el hatillo, a sus pies…
Aquel encuentro le tenía trastornado
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—¿Y una sandía? —Al diablo la sandía: no es más qu
crujido… —Entonces, beba aguardiente…
—¿Una copita?El barbudo que sudaba de ociguiñó.
—Pero ¿por qué?
—Ya he bebido… —Beba para hacerme compañía…Mi desconocido pensó algo: mir
con desconfianza, agarró el hatillhúmedo, la hoja (de periódico); con ellapaba el hatillo:
—¿Usted es de Tula?
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—¿De Tula? Faltaba más…Pensaba; no; los pensamientos s
pensaban solos; y le ofrecían una
mágenes: lonas, maromas, arenquesfardos llenos de algo: entre los fardosun obrero con una piel muy negra
cargaba los fardos, destacandclaramente entre la bruma de lasuperficies volantes; y el fardo caía co
un ruido sordo en la gabarra llena dvigas; el obrero (el conocido) de pisobre los fardos, encendió la pipa.
—¿Se dedica al comercio?
(¡Qué cosas!) —¡No! —Bien: pues yo soy cochero…
—Eso ¿qué?: mi cuñado está d
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cochero con el gran duque… —Bueno ¿y qué? —No, nada…
De pronto…Pero de lo de pronto hablaremo
después.
HABÍA ALLÍ UN ESCRITORIO
Apolón Apolónovich repasmentalmente los asuntos de la jornadasurgieron en su memoria los informes d
a víspera; se imaginó en su mesa lopapeles, el orden en que fueron entrandas notas que él ponía a lápiz: con e
azul: «aprobado» y un rabito en la «o
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final; con el rojo: «a examen», y la «nsubrayada.
Apolón Apolónovich, con l
voluntad, trasladó el centro de lconciencia de la escalera del negociada las puertas del despacho; el jueg
cerebral se desplazaba hacia el límitdel campo visual, como los dibujoborrosos del empapelado; la pequeñ
pila de los expedientes se colocó en ecentro del campo visual, como uretrato.
¿Un retrato? — Sí, aquél:Ya no está: ya ha dejad
Rusia…
—¿Quién? ¿El senador? ¿El
¿Apolón Apolónovich Ableújov? No
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hombre: Viacheslav Konstantínovich…Y con él, Apolón Apolónovich, ¿qupasará?
Me parece que ya llega m
turno…
Mi Delvig entrañable m
reclama…A la cola, a la cola: todo tiene s
urno:
Sobre la tierra se ciernenuevas nubes
Y el huracán las…
La pila de papeles emergió a l
superficie de la conciencia: ApolóApolónovich se concentró en la jornadaboral.
—Haga el favor, Guerma
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Guérmanovich, de preparar eso; déjemacordarme…
—El expediente del diácono Zrákov
En esto recordó (lo había olvidado)sí, los ojos: se asombraron, senfurecieron… ¿Y para qué hizo el zig
zag?… Muy desagradable. Y le parecíque al transeúnte ya le había visto eotra ocasión: o, tal vez, en ninguna parte
nunca…Apolón Apolónovich abrió la puertdel despacho.
Allí estaba el escritorio, y en l
chimenea chisporroteaban los leñosApolón Apolónovich calentaba ante lchimenea las manos frías; mientras, e
uego cerebral seguía construyend
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planos vagos: —Nikolai Apolónovich…A eso Apolón Apolónovich…
—¿…?Apolón Apolónovich se detuvo ant
a puerta.
El inocente juego cerebral retornespontáneamente al cerebro: es decir, amontón de expedientes e instancias
Apolón Apolónovich tal vez hubiercreído que el juego cerebral era eempapelado de la habitación; pero eplano en ocasiones se separaba y dejab
entrar en el centro de la vida mental a lsorpresa.
Apolón Apolónovich recordó:
Al transeúnte le había visto una ve
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figúrense — en su casa.
En una ocasión bajaba él laescaleras; Nikolai Apolónovich
asomándose por encima del pasamanosconversaba con alguien…; el hombre dEstado no se consideraba con derecho
preguntar sobre las amistades de NikolaApolónovich; la discreciónnaturalmente, le impidió preguntar:
—Dime, Kólenka, amiguito, ¿quiées tu visitante? Nikolai Apolónovich habría bajad
a vista:
—Bah, papá: son visitas…Por eso en aquella ocasión Apoló
Apolónovich no se interesó ni poco n
mucho por la personalidad de aque
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ranseúnte, que vio en el vestíbulo coun gabancete; el desconocido tenía emismo bigote y los mismos ojo
sorprendentes (ustedes habrán vistestos ojos de noche, en la iglesia de SaPanteleimón Mártir de Moscú, próxim
a las puertas de Nikolski; los habrávisto en el retrato adjunto a la biografíde un gran hombre; y en cualquie
clínica neuropatológica).También en aquella ocasión sus ojose dilataron, se iluminaron, brillaronaquello ya había sucedido una vez
volvería a repetirse.
De pronto, Apolón Apolónovich vi
al otro lado de la puerta: ¡Pupitres
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Pupitres! ¡Pilas de expedientes! ¡Ycabezas agachadas! ¡Qué intensa y eficaproducción de papeles!
El juego cerebral del portador dcondecoraciones con brillante tenía una
propiedades raras, muy raras, rarísimassu caja craneal se convertía en uvientre de imágenes mentales, que sencarnaban inmediatamente en estmundo ilusorio.
¡Oh, más valiera que ApolóApolónovich no dejara escapar una sol
dea vana, que guardara todos supensamientos en la cabeza; pues cadpensamiento suyo se transformab
ndefectiblemente en una image
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espacio-temporal; y fuera de la cabezsenatorial, realizaba sus actoncontrolados!
Apolón Apolónovich era como Zeusde su cabeza nacían diosas y genios; unde estos genios (el desconocido de
bigote negro) surgió en forma de imagee inició su existencia en los espacioamarillentos; y afirmaba que habí
surgido de ellos: no de la cabeza desenador; las ideas de aquel desconocidambién eran vanas; y tenían las misma
propiedades.
Escapaban y se encarnaban.Una de las ideas huidas era la ide
según la cual existía en la realidad; es
dea retornó de nuevo al cerebro de
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senador.El ciclo volvió a cerrarse.Apolón Apolónovich era como Zeus
así, apenas de su cerebro surgió eDesconocido-Pallas, de allnmediatamente resurgió otra Pallas
exactamente igual.Pallas era la casa del senador.
El lacayo subía la escalera; ¡ohmagnífica escalera! Y los peldañosuaves: suaves como circunvolucionecerebelosas, por los cuales en más d
una ocasión subieron ministros; eacayo ya estaba en la sala…
La sala también era magnífica. La
ventanas y paredes un tanto frías…
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Nosotros hemos observado la casgual que el senador solía juzgar a todaas cosas.
Así: —en las raras ocasiones en quApolón Apolónovich se adentr
en el floreciente seno de l Naturaleza, vio: el florecientseno de la Naturaleza; par
nosotros este seno adquirídiversos aspectos y se dividía evioletas, en francesillas, eclaveles; el senador reintegrab
las partes al todo; nosotrohabríamos dicho:
—¡Una francesilla!
—¡Un clavel!
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Apolón Apolónovich decía simple escuetamente:
—Una flor…
Quede entre nosotrosnexplicablemente, Apolón Apolónovic
creía que todas las flores era
campanillas…Con esa misma brevedad lacónic
habría descrito su propia casa, que par
él constaba de las paredes (quformaban cuadrados y cubos), laventanas, el piso y las mesas; lo demáeran detalles…
Pero no estaría de más qurecordáramos: lo que pasaba por altlos cuadros, el piano, los espejos, e
nácar, la incrustación de las mesas) —
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odo lo que pasaba por alto — era sóluna irritación de la piamater o acaso unenfermedad… del cerebelo.
Se producía una ilusión dhabitación: que después se esfumaba sidejar huella; el golpe al cerrarse de la
puertas del sonoro pasillo era sólo umartilleo en las sienes.
Al otro lado de la puerta cerrada n
había un salón, sino espaciocerebrales: circunvoluciones, sustancigris y blanca, la glándula pineal; lapesadas paredes de chispa
centelleantes (que producían los aflujos— eran una sensación plúmbea dolorosa: de los huesos occipita
frontal, temporal y parietal.
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Apolón Apolónovich, sentado a lmesa con los expedientes, tenía lsensación de que su cabeza era sei
veces más grande de lo debido y docveces más pesada de lo debido.
NUESTRO PAPEL
Las calles de Petersburgo tienen un
propiedad indiscutible: transforman esombras a los transeúntes. Por econtrario, las calles de Petersburg
ransforman las sombras en personas.Así nos lo ha demostrado el caso demisterioso desconocido.
Surgido como idea, entró e
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contacto, no se sabe por qué, con la casdel senador; en nuestro relato aparecien la avenida inmediatamente despué
del senador.De la encrucijada hasta e
restaurante en la calle Milliónnay
hemos seguido puntualmente el itineraridel desconocido hasta llegar al mentad«de pronto», con el que todo qued
nterrumpido.Exploremos su alma; pero anteexploremos el restaurante; incluso loaledaños del restaurante; hay razone
para ello.Con esa misión de espionaje
asumida voluntariamente, no hicimo
más que anticiparnos al deseo de
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senador Ableújov de que un agente de lDirección de Seguridad siguiera cadpaso del desconocido; mientras e
ndolente agente permanece inoperanten la comisaría, seremos nosotros esagente.
Mas ¿no estaremos cometiendo udesatino? ¿Servimos nosotros paragentes? Ese agente existe. Y no duerme
o juro, no duerme.Cuando el desconocido desapareciras la puerta del restaurante, no
volvimos y advertimos dos siluetas, qu
caminaban entre la bruma; una era gord alta y destacaba por su corpulencia
pero no pudimos distinguir su cara (la
siluetas no tienen cara); no obstante
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ogramos ver: el paraguas abierto, lochanclos y el gorro de nutria coorejeras.
Enclenque y diminuta era la siluetdel segundo; se le veía la cara: no nofijamos mucho, sorprendidos por un
enorme verruga: de esta forma lorasgos faciales quedaron opacados poel desmesurado accidente (una actitu
propia del mundo de las sombras).Fingimos contemplar las nubes dejamos pasar a la oscura pareja; a lapuertas del restaurante la pareja s
detuvo. —¿Hum? —Es aquí…
—Me lo imaginaba.
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—¿Qué medidas ha tomado usted?… —Allí, en el restaurante, he situad
a un hombre.
—Hum… No tengo más remedio…Hum!… que desearle éxitos…
La acción había sido planeada con lprecisión de un reloj. —¿Hum? —¿Qué ocurre? —El maldito resfriado. —Óigame: usted debía de admitir e
sueldo…
—No. ¡Usted no me comprende! —Le comprendo: no tiene ni par
pañuelos.
—¿Qué?
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—¡Por el resfriado!… —Yo no trabajo por dinero: ¡soy u
artista!
—A su manera… —¿Qué? —Me curo con una vela de sebo.
La figurilla extrajo su pañuelenmocado:
—Transmítalo así: «Nikola
Apolónovich lo ha prometido…» —¡La vela de sebo es un remediexcelente!
—¡Cuénteselo todo a ellos!
—Al ir a la cama te frotas la naripor dentro, y amaneces como nuevo.
El pañuelo volvió a pasearse por l
verruga. Las dos sombras s
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desvanecían ya en la húmeda turbiedadPoco después la sombra del gordresurgió de la niebla y miró distraída l
aguja de la fortaleza de Pedro y Pablo.Y entró en el restaurante.
ADEMÁS, LE RELUCÍA LACARA…
Estás acostumbrado a los «dpronto». Entonces, ¿por qué te ocultacomo el avestruz cuando se aproxima e
nevitable «de pronto»?«Eso» se aproxima con sigilo por lespalda; a veces entra antes que tú en lhabitación; te saca de quicio: en l
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espalda tienes la sensación de que por lespalda, como por una puerta, entran eropel; te vuelves y pides a la dueña:
—Señora, ¿me permite que cierre lpuerta? Me pongo muy nervioso: naguanto estar de espaldas a la puerta.
Ríen. Tú también ríes: como si nhubiera existido el «de pronto».
«Eso» se nutre del juego cerebral; l
encanta devorar todas las infamias depensamiento; mientras «eso» engorda, te vas derritiendo como un cirio; el «d
pronto», un perro cebado, per
nvisible, te precede en tu marcha y eobservador tiene la impresión de questás a resguardo de las miradas por un
cortina de niebla: eso es tu «de pronto»
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Habíamos dejado al desconocido eel restaurante. De pronto él se revolvió
enía la sensación de que algo viscoso lresbalaba por el espinazo; se volvió; nhabía nadie a su espalda: pero allí, po
a puerta, algo entraba, entraba.Apenas el desconocido dio lespalda a la puerta, entró el gordantipático; se dirigió hacia e
desconocido, haciendo crujir la tarimasu cara amarillenta, afeitadaigeramente ladeada, flotaba en el dobl
papo; además, la cara relucía.En ese instante nuestro desconocidse dio la vuelta: el personaje le saludagitando la gorra con orejeras de nutria:
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—Aleksandr Ivánovich… —¡¡Lippánchenko!!El personaje llevaba corbata: de u
rojo arrasado, chillón, prendida con ufalso diamante de gran tamaño; vestía uraje amarillo oscuro a rayas; lo
zapatos amarillos brillaban.A la vez que se sentaba a la mesa de
desconocido, el personaje pidió:
—Una cafetera… Oiga, y coñac: ahengo una botella, yo…Y en torno se oía: —¿Has bebido?
—He bebido. —¿Has comido? —He comido.
—Perdón, pero eres un cerdo…
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—Cuidado —gritó el desconocidoel gordo, al que el desconocido habí
lamado Lippánchenko, intentó poner ecodo amarillo oscuro sobre la hoja dperiódico que cubría el hatillo.
—¿Qué pasa? —Lippánchenkretiró la hoja y vio el hatillo: lemblaron los labios.
—Esto… ¿esto es la…?
Los labios temblorosos parecíarodajas de salmón, no del amarillrojizo, sino del amarillo aceitoso.
—En verdad, Aleksandr Ivánovichque es usted muy imprudente.Lippánchenko tendió hacia el hatill
unos dedos torpes en los que brillaro
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as piedras falsas de las sortijashinchados con las uñas mordidas (en lauñas quedaban manchas de tinte de u
marrón igual al color del pelo; eobservador atento habría sacado estconclusión: el personaje se teñía e
pelo). —Un movimiento más (con correr e
codo), y pudo ocurrir… una catástrofe…
Poniendo un cuidado especial, epersonaje colocó el hatillo sobre lsilla.
—Los dos hubiéramos quedado…
—bromeó de un modo repelente edesconocido.
En torno se oía:
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—¿Cerdo yo? No insulte… —Yo no insulto. —Insulta, me echa en cara que h
pagado… —Ande, coma, coma: será mejor…
—Aquí tiene, Aleksandr Ivánovichaquí tiene, querido, este hatillo —Lippánchenko miró alrededor de soslay—; lo lleva inmediatamente a NikolaApolónovich.
—Pero, bueno: el hatillo estará bieguardado en mi casa…
—No conviene: a usted puededetenerle; estará más seguro allí.
Y el gordo se inclinó y le susurr
algo al oído:
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—Su-su-su… —¿De Ableújov? —Su…
—¿A Ableújov?… —Su… —¿Con Ableújov?…
—Pero no con el senador, con ehijo: con el hatillo entréguele estcartita: aquí está…
Lippánchenko arrimó a la cara dedesconocido su cabeza de frentestrecha; se ocultaron sus ojonquisitivos; el belfo le temblab
igeramente; y sorbía; el desconocidprestó oído al susurro del señor gordose esforzaba por entender el contenid
del cuchicheo que ahogaba el bullici
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del restaurante; y chucheaban loabominables labios (así, las patas de lahormigas susurran sobre el hormiguer
revuelto); y parecía que el cuchicheenía un horrible contenido; como s
cuchichearan de universos y de sistema
planetarios; pero bastaba prestar oído yel horrible contenido del susurro sreducía a cosas cotidianas.
—Entréguele la carta…En torno se oía: —¿Qué es la verdad?
—La verdad es verdura… —Lo sé… —Pues si lo sabes, trágatela…
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El traje de Lippánchenko recordabal desconocido el color del empapelad
amarillo de su cubil en la isla Vasilevel color del insomnio; el insomnio traja la memoria una cara repelente co
unos ojos pequeñitos, mongoles; la care miraba con insistencia desde eempapelado… A la luz del día, cuandexaminaba ese lugar, sólo encontraba lahuellas húmedas, que dejaban al trepaas cochinillas. Para apartar de la menta dolorosa alucinación, se volvi
remendamente parlanchín: —Preste oído al ruido… —Alborotan mucho.
—Los ruidos acaban en «i», pero s
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oye «e»…Lippánchenko, soñoliento, pensab
en sus cosas.
—En el sonido «e» suena algo torp resbaladizo… ¿Digo mal?…
—No, en absoluto —y Lippánchenk
se despegó de su pensamiento… —Todas las palabras con e so
mpúdicamente triviales; la «i» ya e
otra cosa: «i-i-i» —cielo, dicha, crista—; el sonido «i-i-i» me recuerda el piccorvo del águila; pero las palabras co«e» son triviales; por ejemplo, pez
preste oído: p-e-e-ez, algo que tiensangre fría… O esta otra: veleta, algdeleznable; pedregal, algo amorfo; pest
— algo desagradable…
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El desconocido cortó su parlamentoLippánchenko le miraba con cara de pez el humo de su cigarrillo apestaba
Lippánchenko estaba envuelto en unnube; el desconocido le observó pensó: asqueroso, tártaro… Eres un
vulgar “E”…»De la mesa vecina alguien, eructante
exclamó:
—Eructo, que eres un eructo… —Perdóneme, Lippánchenko: ¿e
usted mongol?
—¿A qué viene esa pregunta? —Todos los rusos tienen sangr
mongola.
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¿QUÉ GUARDARROPA?
Nikolai Apolónovich disponía en l
casa de un dormitorio, un estudio y urecibidor.
El dormitorio lo ocupaba un
enorme cama, cubierta con un edredóde raso y una colcha.El estudio estaba atestado d
estanterías de roble llenas de librosante las cuales se desplazaba por unaanillas la seda, descubriendo los lomode cuero.
El mobiliario del estudio estabapizado de verde oscuro; había u
hermoso busto… naturalmente, de Kant.
Desde hacía dos años Nikola
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Apolónovich nunca se levantaba antedel mediodía. Con anterioridad sdespertaba a las nueve, y aparecía co
el uniforme de estudiante abrochadhasta el cuello.
Entonces no andaba por la casa e
bata de Bujará; no llevaba el bonete quransformaba la habitación en saló
oriental; dos años y medio hacía qu
Anna Petrovna, madre de NikolaApolónovich y esposa de ApolóApolónovich, había abandonado ehogar familiar, enamorada de un artist
taliano; desde esa fuga con el artistaikolai Apolónovich comenzó a anda
por casa en bata de Bujará: lo
encuentros diarios con su padre a l
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hora del desayuno cesaron por sí solos.Ahora el hijo desayunaba mucho má
arde que el padre.
Nikolai Apolónovich comenzó usar bata; se agenció unas babuchaártaras; se hizo con un bonete.
De esta forma un brillante estudiantquedó transformado en hombre oriental.
Nikolai Apolónovich había recibid
una carta de letra desconocida: unoversos detestables con una sorprendentfirma: «Un alma ardiente».
Nikolai Apolónovich recorri
apresurado la habitación en busca de lagafas, revolvió los libros, y las plumas:
—Ah-ah…
—¡Maldita sea!…
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Nikolai Apolónovich hablaba solas igual que Apolón Apolónovich.
Impetuoso, como su padre, era, igua
que Apolón Apolónovich, de escasestatura, y mirada inquieta en la carafable; cuando se concentraba en u
pensamiento se le petrificaba la miradaos rasgos de su cara blanca se volvían
secos, precisos y fríos como en u
cono; el punto de nobleza de la cara srevelaba en la frente: desembarazadacon las venas abultadas: la pulsación das venas en la frente anunciaba l
esclerosis.Las venas azulencas concordaba
con las orejas de los enormes ojos d
color añil (en los momentos d
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excitación los ojos se volvían negros: adilatarse las pupilas).
Nikolai Apolónovich llevaba u
bonete tártaro; si se lo hubiera quitadhabría dejado ver una mata de pelrubio como el lino, que suavizab
aquella expresión exterior fría y severen la que asomaba la terquedadencontrar los cabellos de ese color no e
frecuente en un adulto; ese color es mácorriente en los niños pequeños, sobrodo en Belorrusia.
Aquí, en su habitación, Nikola
Apolónovich se transformaba en uauténtico centro abandonado a su suerteen — en una serie de premisas lógica
emanantes de un centro, qu
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predeterminaban la idea, el espíritu ncluso la mesa: él era aquí el únic
centro del universo imaginable y de
nimaginable.Ese centro hacía deducciones.Apenas Nikolai Apolónovich habí
ogrado escapar de las minuciacotidianas y de la ciénaga dambigüedades denominadas mundo
realidad cuando lo trivial le secuestrde nuevo. Nikolai Apolónovich se apartó de
ibro:
—¿Qué pasa?…Una voz sorda y respetuos
respondió:
—Preguntan por el señorito…
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Cerrado a llave y meditando en laesis de su sistema, que iba perfiland
paso a paso, él sentía su cuerp
derramado en el «todo»; a su vez, lcabeza coincidía con el bulbo panzudde cristal de la bombilla eléctrica.
Esa convergencia transformaba ikolai Apolónovich en un se
verdaderamente creador.
Le gustaba encerrarse bajo llave: losusurros y los pasos desintegraban ldea.
Eso había ocurrido ahora.
—¿Qué pasa?De lejos respondió una voz: —Pregunta una persona.
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En la cara de Nikolai Apolónovicse dibujó la alegría:
—Ah, es el guardarropa: eguardarropa me ha traído el traje…
Y recogiendo el bajo de la bata s
dirigió hacia la entrada; en la escalerse reclinó sobre el pasamanos y gritó: —¿Es usted…? ¿El guardarropa? —¿Qué guardarropa?
En la habitación de NikolaApolónovich apareció una caja d
cartón; Nikolai Apolónovich echó llave a la puerta; cortó apresuradamentel cordón; levantó la tapa y sacó de lcaja: una careta con barba negra rizosa
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después, un suntuoso dominó de un rojsubido, que susurró en los pliegues.
Al rato se colocó ante el espejo
odo vestido de raso y rojo, con lminúscula careta levantada sobre erostro; el negro encaje de la barba s
desparramó y le cayó sobre lohombros, formando a la derecha y a lzquierda un par de fantasmagórica
alas.Terminado el disfraz, NikolaApolónovich, con cara muy satisfechadevolvió a la caja primero el domin
rojo y a continuación la careta negra.
EL OTOÑO HÚMEDO
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En enjambre verdoso pasaroirones de nubes. El enjambre verdos
se elevaba sin tregua sobre la lejaní
desoladora de las avenidas del Nevaentre el enjambre verdoso huía uchapitel… desde el barrio d
Petersburgoski.Describiendo en el aire un arc
uctuoso, una franja oscura de hollín s
elevaba de las chimeneas; y como uncola caía en el agua.Se agitaba el Neva y gritaba po
medio de la sirena de un barquit
chillón, rompía las láminas de acercontra los apoyos de los puentes; amía el granito.
Y sobre este fondo tenebroso de
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hollín rabudo que se cernía sobre lahúmedas piedras de los parapetos demalecón, fija la mirada en las turbia
aguas del Neva, infectadas de bacilosse recortaba precisa la silueta d
ikolai Apolónovich.
Ante un gran puente negro él sdetuvo.
En su cara apareció una sonris
desagradable; el recuerdo de un amofracasado le embargó. NikolaApolónovich recordó una nochbrumosa; aquella noche él estab
apoyado en la barandilla; giró el cuerpoencaramó la pierna, calzada con echanclo liso, en la barandilla; e
desenlace parecía inevitable, pero…
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ikolai Apolónovich desmontó lpierna.
Cuando ahora recordaba aque
ntento frustrado, Nikolai Apolónovicesbozaba una sonrisa desagradable, ofrecía un aspecto bastante ridículo
apado con la capa, cargado de hombro como sin brazos con la larga ala de l
capa agitándose al viento.
—Qué guapo —se oía en torno ikolai Apolónovich… —Una carátula clásica… —La palidez del rostro…
—Ese perfil marmóreo…Pero si Nikolai Apolónovich hubier
reído, las señoritas habrían dicho:
—Horrible…
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Allí donde a la entrada dos leoneentrecruzan jocosamente las patas dgranito gris, allí se detuvo al ver l
espalda de un oficial que pasabaropezando en los bajos de la capa, s
dispuso a dar alcance al oficial:
—¿Serguéi Serguéevich?Por un instante una idea iluminó l
cara del oficial; por la expresión de lo
abios temblorosos se podía pensar quel oficial dudaba entre reconocerle no:
—Ah… Hola…
—¿Qué dirección lleva? —preguntikolai Apolónovich, dispuesto
pasear con el oficial por la calle Moika
—La de casa.
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—Entonces vamos en la mismdirección.
Sobre ambos, entre las ventanas d
un edificio amarillo se alineabamofletes y blasones ornados con follajde piedra.
Como tratando de eludir en lconversación algo pasado, ambosnterrumpiéndose mutuamente
comentaban cómo los disturbios de laúltimas semanas habían repercutido ea obra filosófica de Nikola
Apolónovich.
Sobre ambos, en los entrepaños dun edificio público amarillo, salineaban mofletes y blasones ornado
con follaje.
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Llegaron a la Moika: era el mismedificio claro de tres plantas con cinccolumnas a la entrada; y las moldura
entre los pisos: un medallón tras otronscrito en cada medallón un casc
romano sobre dos espadas cruzadas
rebasaron el edificio: aquella era lcasa; y las ventanas…
—Adiós… ¿Usted sigue?…
El corazón de Nikolai Apolónovicpalpitó; ni un solo instante le habíabandonado el deseo de preguntarlalgo; pero, no: no le preguntó
permaneció solitario ante la puertcerrada; le asaltó el recuerdo de uamor desdichado, más bien de un
atracción sensual.
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Era el mismo edificio de cinccolumnas con molduras: en el medallónun casco romano sobre espada
cruzadas.
De noche una calina de luz inunda l
avenida. Se elevan iguales los focoeléctricos en medio. En los costados haun juego de luces intermitentes de loetreros; de pronto aquí brotan los rubíeuminosos; allí brotan esmeraldas. Tra
un instante: allí los rubíes; y laesmeraldas aquí.
Nikolai Apolónovich no veía levski; ante sus ojos permanecía aú
aquella misma casa: ventanas y sombra
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ras las ventanas; tal vez, voces alegresdel coracero amarillo, del baróOmmau-Ommergau; y de ella, la voz d
ella…
APOLÓN APOLÓNOVICHRECORDÓ
Sí, Apolón Apolónovich recordó
hacía poco había oído un chiste sin malntención sobre él:
—El entona una sola nota: la de
desprecio…Alguien salió en su defensa: —Señores: la culpa es de la
almorranas…
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En ese instante se abrió la puertaentró Apolón Apolónovich.
El chiste se cortó (así, el ági
ratoncillo desaparece rápido en lmadriguera). A Apolón Apolónovich ne molestaban los chistes.
Apolón Apolónovich se acercó a lventana: frente por frente, más allá dos dobles cristales, distinguió do
cabecitas: la cara borrosa de un anciandesconocido.
Aquí, en el despacho del gra
egociado, Apolón Apolónovich serigía en el epicentro de despachooficiales y de pupitres verdes. Aquí é
era un foco emisor de fuerza, un
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ntersección, un impulso; era fuerza en esentido newtoniano: y la fuerza en esentido newtoniano es una fuerza oculta
La conciencia se desprendía dendividuo, alcanzaba un grado increíbl
de concreción, centrándose en un únic
punto (entre los ojos y la frente): unucecita, al encenderse entre los ojos a frente, despedía haces de rayos; la
deas-rayos se dispersaban comserpientes, de su cabeza calva; ucreador de fantasías sin duda habrídescubierto en aquella cabeza la d
Gorgona Medusa.La conciencia se independizaba de
ndividuo: y el individuo era en l
maginación del senador como una caj
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craneal y como una funda vaciada.Desde ese sillón él repasaba con l
conciencia toda su vida; desde este siti
as circulares atravesaban loapartadijos de la existencia del filisteoque él identificaba con una necesida
sexual, vegetal u otra.Sólo desde aquí él se elevaba, s
cernía delirantemente sobre Rusia
sugiriendo a los enemigos una inevitablcomparación (con el murciélago).Apolón Apolónovich hoy mostrab
una rigidez especial; en lo que duró e
nforme no asintió una sola vez con lcabeza: por caminos que sólo Dioconoce, Apolón Apolónovich habí
legado a la conclusión de que su propi
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hijo, Nikolai Apolónovich, era umalvado.
Se divisaba el atlante de la entradael barbudo de piedra.
El barbudo de piedra se alzab
sobre el ruido de la calle, sobre lépoca del año: el mil ochocientos doce había liberado de los andamios. E
mil ochocientos veinticinco rugió a supies en muchedumbre; también ahora, eel mil novecientos cinco, pasaba lmuchedumbre. Hace ya cinco años qu
Apolón Apolónovich contempla desdaquí la sonrisa esculpida en piedra; lodientes del tiempo la roen. En cinc
años se produjeron acontecimientos
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Anna Petrovna estaba en EspañaViachesláv Konstantínovich ya nexistía; el pie amarillo escaló temerari
as colinas de Puerto Arturo; snsurreccionó China y cayó Puert
Arturo.
Se abrió la puerta; el secretario, umuchacho joven, con palpitaciones duna condecoración menor, llegó solícit
hasta el alto signatario y crujió corespeto el puño excesivamentalmidonado de la camisa. Y a su tímidpregunta tronó Apolón Apolónovich:
—¡No, no!… Haga tal como yo le hdicho… Y, sabes tú —dijo ApolóApolónovich. Se detuvo y corrigió.
—Tusted…
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Quiso decir usted, pero le salió«sabes… tusted…».
De sus distracciones corría
eyendas.
LOS DEDOS FRÍOSApolón Apolónovich Ableújov, co
abrigo gris y sombrero de copa negro
con cara pétrea que recordaba a upisapapeles, abandonó rápido el coche subió ágil los peldaños de la entrada
quitándose sobre la marcha los guantes.Entró en el vestíbulo. La chisterpasó al lacayo.
—Dígame: ¿por aquí viene co
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frecuencia un joven? —Aquí suelen venir jóvenes
excelencia.
—Pero… ¿con un bigotito? —¿Con un bigotito? —Sí, y… con gabán…
El portero cayó en la cuenta: —Una vez estuvo aquí uno… vino
ver al señorito.
—¿Con bigotito? —¡Exactamente, señor!Apolón Apolónovich permaneció u
rato parado: de pronto Apoló
Apolónovich entró.Cubría las escaleras una alfombra d
erciopelo gris; ese mismo terciopel
gris tapizaba también las paredes. La
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paredes bruñían, adornadas con armaantiguas: bajo un escudo tocado por everdín brillaba un yelmo lituano; fulgí
a empuñadura de una espada dcaballero; aquí se oxidaban las espadasallí se reclinaban las alabardas; s
entrecruzaba el cachorrillo con la maza.El vano superior asomaba a un
balaustrada; aquí, desde su opac
pedestal, una Niobe inmóvil elevaba acielo sus ojos de alabastro.Apolón Apolónovich abrió precis
a puerta, cargando su mano huesud
sobre el pomo tallado.
ASÍ OCURRE SIEMPRE
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Una veta fosforescente, brumosa mortecina, recorrió el cielo; un brillfosforescente enturbió las alturas
arrancó fulgores en los tejados chimeneas de cinc. Corrían aquí laaguas del río Moika; en una de su
orillas se levantaba aquella casa de treplantas; en la parte superior sobresalía cornisa.
Nikolai Apolónovich, embozado eas pieles, caminaba por la Moika: lcabeza caída sobre la capa; sacudían salma pasiones para las que no existía
nombres; algo pavoroso, dulce…Pensaba: ¿y si es el amor? Recordó.Se estremeció.
Pasó un haz de fuego: un carruaj
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negro de palacio: ante las concavidadesanguinolentas de las ventanas desplazsus faroles, como inyectados en sangre
sobre el agua negra del Moika brincaro refulgieron: el perfil fantasmagóric
del tricornio del cochero y el contorn
de las alas del capote pasaron velocecon fuego de la niebla a la niebla.
Nikolai Apolónovich permaneció u
rato ante la casa y, de pronto, penetró eel portal.La puerta cedió ante él; y su ruido a
cerrarse le golpeó la espalda; qued
rodeado de oscuridad; como si hubierquedado despojado de todo (asprobablemente, ocurre en el instant
primero de la muerte); Nikola
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Apolónovich ahora no pensaba en lmuerte, pensaba en sus propios actos; su comportamiento en la oscurida
adquirió una impronta fantástica; ssentó en el peldaño frío ante la puertaenterró la cara en las pieles, escuchand
os latidos del corazón. Nikolai Apolónovich permanecí
sentado en la oscuridad.
La sinuosidad de piedra deCanalillo de Invierno ofreció a la vistunos espacios lacrimosos; el Neva s
abalanzó con empellones de vienthúmedo; fulguraban mudos los planovolátiles, la fachada lateral de los cuatr
pisos del palacio brillaba con la luna.
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Nadie, nada.Sólo el canal dejaba correr el agua
subió presurosa al puente aquell
sombra femenina, ¿para arrojarse aagua?… ¿Era Liza? No, unpetersburguesa cualquiera; cruzó e
Canalillo, y se alejó de la casa amarillen el malecón Gagarin, al pie de la cuaella permanecía cada noche y pasab
mucho tiempo mirando por la ventana.Más adelante iba abriéndose lplaza; las estatuas verdosas, de broncea surgían por todas partes; Hércules
Poseidón seguían observando; tras eeva se levantaba una mole: las silueta
de las islas y de las casas; la mol
raspasaba con sus ojos ambarinos l
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niebla y parecía llorar.Más arriba unas siluetas difuminada
alzaban implorantes al cielo sus mano
hechas jirones; enjambre tras enjambrse levantaban sobre el agua del Nevadesplazándose hacia el cenit; y cuand
rozaban el cenit, del cielo se lanzabmpetuosa sobre ellas una manch
fosforescente.
La sombra femenina, hundida la caren el manguito, corrió a lo largo del ríMoika hacia el mismo portal, de dondsalía al anochecer, en el cual ahora
sentado en un peldaño frío, ante lpuerta, estaba Nikolai Apolónovich; sabrió ante ella la puerta de la calle,
ras ella se cerró la puerta de la calle
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escena de una extrañeza inenarrable; lnegra silueta de la señorita se lanzhacia la puerta abierta.
A su espalda, de las tinieblas surgiun payaso susurrante con una máscarbarbuda, temblona.
Se veía desde la oscuridadsilenciosas y lentas se deslizaron dehombro las pieles de la capa, dos brazo
rojos se tendieron hacia la puerta; scerró la puerta, interrumpiendo el haz duz, sumergiendo otra vez la escalera d
entrada en la oscuridad más total.
Un segundo después salió a la callikolai Apolónovich; por debajo de l
capa le asomaba un trozo de seda roja
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escondiendo la nariz en la esclavinacorría hacia el puente.
En el puente de hierro se volvió; no vio nada; sobre el pretil húmedosobre el agua verdosa infestada d
bacilos bajo el viento del Neva sólo vipasar un bombín, un bastón, un abrigounas orejas, una nariz y un bigote.
¡NO LE OLVIDARÁS JAMÁS!
Hemos visto en este capítulo asenador Ableújov; hemos visto tambiéos pensamientos ociosos del senado
concretados en la casa del senador
concretados en el hijo del senador, qu
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ambién albergaba en su cabezpensamientos ociosos propiosfinalmente, hemos visto también un
sombra ociosa: al desconocido.Esta sombra surgió casualmente e
el pensamiento del senador Ableújov
allí desarrolló su efímera existenciapero el pensamiento de ApolóApolónovich es un pensamient
fantasma, porque su existencia eefímera y fruto de la fantasía del autorun ejercicio innecesario, ociosocerebral.
El autor, una vez colgados locuadros de las ilusiones, debería dretirarlos lo más pronto posible
quebrando el hilo del relato en est
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misma frase, por ejemplo; pero… eautor no procederá así: tiene para ellsuficientes razones.
El juego cerebral no es más que unmáscara; bajo esta máscara se produca invasión del cerebro por múltiple
fuerzas: y aunque Apolón Apolónovichaya sido tejido por nuestro cerebro, nobstante, logrará intimidar con un
cierta existencia abracadabrante, quataca de noche. Apolón Apolónovicestá dotado con los atributos de esexistencia; todo su juego cerebral est
dotado con los atributos de esexistencia.
Su cerebro quedó excitado por e
misterioso desconocido; por lo tanto
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ese desconocido existe, existrealmente: y no desaparecerá de laavenidas petersburguenses mientra
exista un senador con semejantepensamientos, porque la idea tiene en lconsecuencia una existencia propia.
¡Sea, pues, nuestro desconocido udesconocido real! ¡Y sean las dosombras de mi desconocido sombra
reales!¡Esas sombras oscuras seguirán lopasos del desconocido igual que edesconocido sigue de cerca al senador
ambién el senil senador te perseguirá i, lector, en su coche negro: y desd
ahora no le olvidarás jamás!
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FIN DEL PRIMER CAPÍTULO
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SEGUNDOCAPÍTULO
que trata de una cita, llena de
consecuencias
Aunque me dediquen mis colega burlas escritas y orale
soy un burgués, como es notorioy demócrata, por tanto
A. PUSHKIN
LA CRÓNICA DE SUCESOS
Nuestros ciudadanos no leen l
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«Crónica de sucesos» de los periódicosen octubre del año mil novecientocinco los respetables ciudadano
probablemente leían los editoriales dl Camarada, siempre que n
estuvieran suscritos a los periódicos d
reciente aparición.Todos los demás habitante
genuinamente rusos se volcaban en l
ectura del Diario de Sucesos; tambiéme volcaba yo; con la lectura del Diariestoy muy bien informado; ¿acasalguien leía las noticias de robos, d
brujas y de duendes? Leían los artículode fondo. La noticia que aquí se exponno la recordará nadie.
Aquí están los recortes de prensa d
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aquella época (el autor se mantendrcallado): además de las noticias sobratracos, violaciones, robo de brillantes
a desaparición, en una pequeña ciudade provincia, de un literato cobrillantes valorados en una sum
considerable, tenemos informaciones dauténtica fantasía, que harían perder eseso hasta a los lectores de Cona
Doyle.
EL DIARIO DE SUCESOS
Primero de octubre. «Basándonoen el relato de la practicante N. Ndamos noticia de un misterios
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acontecimiento; la noche del primero doctubre, N. N. pasaba cerca del puentde Chernyshov. Allí, en la
proximidades del puente, contempló uextraño espectáculo: sobre el canacerca del puente, se agitaba un domin
rojo; el rostro del dominó iba cubiertcon una careta negra.»
Dos de octubre. «Basándonos en e
relato de la maestra de escuela M. Mnformamos al respetable público de umisterioso acontecimiento; la maestrM. M. impartía sus clases diurnas; la
ventanas de la escuela daban a la callea maestra, junto con los pequeño
revoltosos, se acercó a la ventana; ¡e
an fácil imaginarse el desconcierto d
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a clase y de su pedagoga, cuando udominó rojo, rodeado del polvo que émismo levantaba, asomó por la ventan
su cara cubierta con una careta negra! Ea escuela de O. O. las clases fuero
suspendidas…»
Tres de octubre. «En una sesión despiritismo en casa de la baronesa de RR., los espíritus congregados formaro
una cadena: en el centro de la cadena fudescubierto un dominó rojo, que con lopliegues de su mano rozó la punta de lnariz del consejero S. Un médico de
hospital de G-us detectó en la nariz dS. una quemadura: se especula con qua punta de la nariz podría queda
cubierta de manchas violáceas.»
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Finalmente: Cuatro de octubre. «Lohabitantes de la barriada de Iemprendieron la huida al aparecer u
dominó rojo: se recogen firmas dprotesta; ha sido llamada una centuria dcosacos.»
¿Quiénes son N. N., quién es M. Mresponsable de clase, R. R., etc.?
¿Qué es un corresponsal de prensa
Es el colaborador de un periódicocomo colaborador de un periódico (lsexta potencia del mundo) cobra poínea cinco, siete, diez, quince o veint
kopeks.Tales son las propiedade
venerables de los colaboradores de l
prensa de derechas, del centro, de lo
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moderadamente liberales y de lorevolucionarios; y se descubre la clavde la verdad sobre el año mi
novecientos cinco, la verdad sobre lque el Diario de Sucesos publicó bajel título de «El dominó rojo». Eso es l
que ocurrió: el colaborador de uprestigioso diario se valió de un hechrelatado en una casa particular por l
dueña; así pues, la responsabilidad nes del honorable colaborador, que cobra tanto la línea; así pues, lresponsabilidad es de la señora…
¿Qué señora?Una señora.Esa señora, en una ocasión, cont
entre risas que acababa de tropezar en e
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portal oscuro con un dominó rojo; lconfesión de la dama llegó al Diario dSucesos; una vez en el Diario dSucesos, se fraccionó rápidamente euna serie de acontecimientos que nhabían tenido lugar. ¿Qué ocurrió?
SOFÍA PETROVNA LIJÚTINA
Sofía Petrovna Lijútina scaracterizaba por su exuberantcabellera, y era extraordinariament
plástica: si Sofía Petrovna Lijútina ssoltara su cabellera negra, el pelo lcubriría toda la espalda y le llegaríhasta la pantorrilla; francamente, ella n
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sabía qué hacer con ese pelo, tan negroque probablemente… debido al pelo, a su negrura, sobre el labio de Sofí
Petrovna apuntaba un bozo, que lamenazaba con un bigotito a la vejez; sez era algo extraordinario; era de u
color auténticamente perlado, con umatiz de un blanco rosáceo como lodelicados pétalos del manzano; cuand
algo turbaba a la pudorosa SofíPetrovna, ella se ponía colorada.Los ojitos de Sofía Petrovna no era
ojitos, sino ojos: unos ojazos de u
color azul oscuro (dejémoslos en ojos)Esos ojos ora brillaban, ora sopacaban, ora daban la impresión d
orpeza, de estar desteñidos, empotrado
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en las cuencas hundidas, de un tétricazul: bizqueaban; sus labios rojísimoeran unos labios demasiado grandes
pero… los dientes (¡qué dientes!): eradientes de perlas! Además, aquella risnfantil… Aquella risa confería a lo
abios abultados un encanto especial; no hablemos ya del talle, muy flexibleodos los movimientos del talle y de l
nerviosa espalda eran unas vecempetuosos, otras indolentes.Llevaba un vestido negro co
cremallera en la espalda, ajustado a su
generosas formas; digo generosaormas, lo cual evidencia u
agotamiento de mi vocabulario; y l
banal expresión «generosas formas
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encierra una amenaza para SofíPetrovna: la gordura prematura a loreinta años. Sofía Petrovna Lijútin
enía veintidós.¡Ay, Sofía Petrovna!Vivía en un apartamento en l
Moika; de las paredes descendíacascadas de inquietos y deslumbrantecolores: de un rojo encendido al